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Malú, un emigrante y un santero fueron vacunados contra AH1N1

Malú, un emigrante y un santero  fueron vacunados contra AH1N1

Por Lourdes Rey Veitia

En esta foto ya mi hija estaba vacunada  contra trece enfermedades. El Estado cubano se engargó de asegurarnos ese bienestar.

 

Malú, mi hija,  acaba de ser vacunada  contra la influenza AH1N1. Ella, desde el 13 de noviembre de 1995, el propio día que  nació, en medio de una de las  más duras crisis  por la que  ha atravesado Cuba, fue vacunada contra otras trece enfermedades.  Como ella todos sus contemporáneos.

Ahora vuelve a ser vacunada, forma parte de los grupos de riesgos por ser asmática y padecer una enfermedad hematológica - de la que  nos acordamos  solo en momentos de urgencia, porque tratamientos constantes y gratuitos  en el hospital José Luís Miranda de Santa Clara han hecho  el milagro de que  esté curada.

No obstante a estar fuera de peligro, mi hija forma parte de los niños que en Cuba deben ser vacunados en este primer llamado.

Debo confesar que he sido irresponsable, me han citado al vacunatorio más de tres ocasiones, y había pospuesto la ida por problemas de trabajo y porque Malú estaba en pruebas de semestre. Pero la insistencia de la enfermera ha sido tal que  acudí en la mañana a inyectarla, más por salir de la perseverancia de  los especialistas del consultorio al que pertenezco que por conciencia.

Creí que volvería a la casa  después del pospuesto pinchazo y no fue así. Estuvo una hora en observación, cada 15 minutos un médico le reconocía sus signos y su estado general y me hicieron cientos de recomendaciones por las posibles reacciones.

 “Estamos analizando todas las posibles complicaciones cada paciente es un problema único y debemos darle el seguimiento personal”, me dijeron los galenos.

Poco después  veo a un conocido del barrio, venía con su hijo en los brazos a la misma  encomienda, nada me extrañó, pero debo decir que esa familia está a punto de emigrar hacia Estados Unidos y allí estaban vacunándose. Luego le hizo compañía a Malú y al niño recién llegado, Filiberto el santero de barrio, un hombre de ébano que padece de deabetis y es insulina dependiente.  A todos sin  diferencias nos dieron el mismo tratamiento.

Estábamos allí - en la sala de urgencia de uno de los  policlínicos  remodelados con la más alta tecnología, que le ha costado al país alrededor de un millón  de peso  cada uno y  que en Villa Clara ya son 23 los renovados-  yo marxista-oficialistas como quieren decirme, un santero negro y un  futuro emigrante.

La imagen hablaba por si sola y era tan simple como contundente: En Cuba la atención medica -además de gratuita- no tienen barreras ni raciales ni religiosas ni de posiciones políticas, los que  lo duden aquí tienen un ejemplo.

En mi país solo importa el ser humano sea cual sea su posición, su conducta, su pensamiento quienes quieran buscar manchas en  el sistema de salud cubano puede que lo encuentren, quienes  quieran hacer propagan de que no se atienden a pacientes por alguna razón ideológica  aquí tienen una respuesta.

 

 

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