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Crecer con la Memoria

Un gladiolo para el Che

Una  flor  para el Che

Por: Lourdes Rey Veitia

 

Un simple gladiolo es depositado diariamente  junto a los nichos donde reposan los restos del Che y sus compañeros de guerrilla en el Conjunto Escultórico que lleva su nombre en Santa Clara como tributo  del pueblo de Cuba a  esos combatientes.

En días de significado especial, como este 14 de junio  en que se cumplen  ochenta años del nacimiento de Guevara el gladiolo es sustituido por otra  flor para distinguir la fecha.

Nunca he podido sustraerme de la emoción cuando se realiza ese acto, por más que lo he presenciado durante estos últimos  diez años  siempre me  conmuevo. Es  un ritual. Muchos consideran que con ello ha surgido una tradición patriótica y cultural en esta ciudad.

Esto sucede cada  día a las siete y cuarenta y cinco de la mañana. Hasta allí llegan jóvenes, trabajadores, combatientes y pioneros para realizar el modesto homenaje. Ha sido así invariablemente desde el 17 de octubre de 1997, día en que  el Comandante en Jefe despidiera las honras fúnebres.

Desde que se conoció la noticia del  hallazgo e identificación de los restos del Comandante Ernesto Guevara y sus compañeros de guerrilla Santa Clara quedó conmovida, aun recuerdo el silencio en las calles de esta ciudad.

En lo personal algo dentro de mí comenzó a reaccionar diferente, entendí entonces que durante treinta años nunca había reparado en la certeza de la  muerte de alguien que me era muy cercano.

Siempre lo había sentido presente, vivo, eterno e interminable. No  comprendía  que ahora tuviera un sitio para el reposo. La canción del regreso, “yo sabía que ibas a volver de cualquier lugar”, calaba hondo. El “Hasta Siempre Comandante”, de Carlos Pueblas, tantas veces tarareado, se sentía nuevo y único. Santa Clara se preparaba para un reencuentro trascendente.

A mi  hija, de apenas tres años en aquel entonces,  no sabía como responderle sus ingenuas preguntas, pues en esas repuestas debía explicarle la  leve diferencia que existe entre vigencia y presencia.

Supe entonces que para los cubanos el Che  había muerto solo por un simple instante, ese en que Fidel le comunicó al pueblo la certeza de la  triste noticia de su caída en combate. Solo porque Fidel  lo comunicaba era creíble. Desde ese momento he releído miles de veces la carta de despedida y no logro dejar de imaginarme el primer encuentro de ambos en casa de María Antonia, aquel día ni uno ni otro le había robado la gloria al mundo.

Treinta años después se volvía a llorar la muerte del guerrillero y fui testigo de ver a cientos hacerlo sin reservas cuando  el cortejo  fúnebre llegó a esta ciudad a  las 7.15 de la noche y doblo  por  la esquina Luis Estévez hacia  la biblioteca Martí.

El silencio era sepulcral,  más que silencio era respeto, hasta las  aves que anidan  en los árboles del parque y que a esa hora llegan de lejos con sus trinos sabían que debían enmudecer. Nadie se movía,  la ciudad se convirtió en el espacio para expresarse, para sentir el dolor contenido, dejar sangrar la herida de treinta años, colocar una flor y pasar frente a su féretro.

 Horas después el Comandante en Jefe explicaba  mi sentimiento, que era el de  muchos,  al hablar en la Plaza y lo decía con  las más exactas frases: “… Bienvenidos compañeros de refuerzo. No venimos a  despedir al Che, venimos ha recibirlo. Veo además al Che como un gigante moral que crece cada día cuya imagen, cuya fuerza, cuya influencia se ha multiplicado por toda la tierra… Gracias Che por tu historia, tu vida , tu ejemplo, un combatiente puede morir pero no sus ideas, las trincheras de ideas y justicia que ustedes defenderán junto a nuestro pueblo  el enemigo no podrá derrotarla jamás y juntos  seguiremos luchando por un mundo mejor Hasta la Victoria Siempre”.

Desde su pedestal  se consagra como el Don Quijote Americano,  que busca verdades con  su adarga al brazo entonando himnos de guerras, victorias y tableteos de ametralladoras.

Desde ese día parece mirar mucho más hacia el Sur indicándonos el camino. En efecto, regresó vivo el Che y yo supe, una vez más, que era eterno.

Desde ese instante Santa Clara tiene un lugar íntimo y  para muchos personal. Hasta su memorial llegan personas de todas latitudes, credos, razas y posiciones políticas diferentes. Allí junto a él he visto rezar, cumplir promesas, dejar flores, llorar, enamorar, tomar ánimo, emprender metas, establecer compromisos, celebrar victorias. Yo misma casi inconscientemente he realizado  mis más entrañables confesiones.

Este 14 de junio ha sido exactamente igual, pero  sin imaginárnoslo con la cabellera a plateada. Quienes allí se reunieron tenían en el rostro la  convicción de haber continuado su obra haciendo del Memorial un sitio para la entrega visitado por más de  dos millones de personas desde su inauguración, el 28 de  diciembre de 1988.  

El Conjunto Escultórico está integrado por el Memorial, la Tribuna, la Plaza donde se realizan  acontecimientos trascendentales y el Museo  que atesora objetos valiosos y documentos de la vida y obra de Guevara.

Aquí se   busca al hombre que es legado y paradigma para la humanidad por sus condiciones excepcionales que “raras veces aparecen juntas “.

 Hoy  vi pasar frente a su nicho colocando su flor a jóvenes internacionalistas, médicos , maestros,  esos que van a América a dar también el concurso de sus  modestos esfuerzos y  están  aquí rindiéndole tributo porque  el Che impulsa con ochenta años. No hay dudas  nace cada día  o como afirmó Fidel el día que  encendió la llama eterna de su ejemplo en el lugar donde están sus restos : “Ahora no está en la Higuera, está en todas partes  donde hay una causa justa que defender”.

  

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