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Crecer con la Memoria

El delegado merece nuestro reconocimiento

Si una labor es altruista en Cuba es la de ser delegado del Poder Popular.

 Por Lourdes Rey Veitia

 

El delegado merece nuestro reconocimiento. Si una labor es altruista en Cuba es la de ser delegado del Poder Popular. Confieso que siento respeto por quienes han ocupado ese cargo en sus comunidades, a pesar de que es sabido que no siempre su gestión es eficiente. Pero considero que las fisuras  para que ella sea mejor están más en los mecanismos burocráticos,  niveles de participación de la población, voluntad de empresarios para resolver las dificultades que en el trabajo personal de quien han sido elegidos por el pueblo para representarlo.

Con absoluta y responsable seguridad digo que los  nominados - luego elegidos delegados- son valioso cubanos que tienen como virtud  la capacidad del desprendimiento.

Ellos asumen la doble condición de ser médicos, maestros, obreros y representantes gubernamentales sin ninguna remuneración, -y sucede muy a menudo  que  solo reciben a cambio como dijo Martí una vez, “la ingratitud probable de los hombres”. Y es que no  valoramos en toda su magnitud su misión y creemos- en muchos casos- que  nuestro problema personal es el mayor, sin darnos cuenta que al lado nuestro  hay  un coterráneo con otro más difícil que  el delegado atendió y le dio solución.

No obstante es cierto que  no han resuelto los inmensos problemas acumulados durante años por diversas causas- escasez de recursos, bloqueo, negligencias- pero  he visto a muchos debatirse  con energía con directivos de la empresa eléctrica para alumbrar una calle o una bodega, con los de Recursos Hidráulicos y acueducto para colocar una acometida , con los de comunales para hacer nuevos supiaderos o exigir que pase el carro recolector de los desechos; o con los directivos de ETECSA gestionando un simple teléfono  publico. Tramitando una queja del estado constructivo de una de  las viviendas de su circunscripción y en época de ciclones no duermen velando  por el más desamparado de su  comunidad, ubicándolo incluso hasta en su propia casa.

Los he visto a deshoras, a pie o en bicicleta, dedicándose a resolver los problemas de los demás, cuando podrían haber estado jugando pelota con su hijo o paseando por el parque con su familia y no es que sean como el refrán “candil de la  calle, oscuridad de la casa”, es que el delegado sabe que al ocupar esa misión se debe a quienes lo eligieron  y ellos son cubanos y cubanas de vergüenza.

Por esto el delegado – vuelvo a repetir-, merece nuestro respeto, y es un respeto sincero, ese que se da con la mano en el corazón y los pies sobre la tierra; porque hay que tener coraje para  exponerle a los electores- esos que confiaron en ti para representarlos- que un reclamo no procede o hay que aplazarlo hasta mejores condiciones porque no está planificado, cuando la lógica dice que es viable, o porque otra área del municipio está priorizada para ese beneficio.

Este hombre es casi mago, en ocasiones se enfrenta a las más disímiles disyuntivas y tiene que explicar casi lo inexplicable, convencer de lo que casi ni el mismo está convencido y tratar de no poner por excusa el siempre pretexto de las dificultades de recursos. Los he visto en muchas ocasiones pasando por esas circunstancias y solo  porque tienen arrojo y porque los cubanos sabemos que están dando lo mejor de si, es que entendemos esa posición.

Por eso hoy, cuando estoy a punto de nominar a quien me  representará,  pienso en los mejores de mi barrio, en  ese cubano llano, singular, revolucionario que tiene la honestidad en el rostro y que sabe que  cumple con un deber sagrado de la Patria, al aceptar esa misión que es de honor y que además es un orgullo porque es  considerado por comunidad como un “hombre real y útil”, al decir también de Martí.

 

 

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