Recordando a Abel
Por Lourdes Rey Veitia
Foto: Roberto Carlos Medina
Abel Santamaría Cuadrado es recordado siempre con la admiración de los grandes en el municipio villaclareño de Encrucijada donde nació. Allí la mayoría de los establecimientos, escuelas, centros de trabajos llevan su nombre, una plaza con su figura lo eterniza. Tenerlo cerca ha sido una necesidad.
Entre los que lo conocieron está intacto el joven, también el niño aplicado que sobresalía sin proponérselo, pero lo que emociona es que para este pueblo el segundo jefe del Moncada es presencia y vigencia a 57 años de su asesinato cruel.
Paca, la nana
Al escuchar a Francisca Suárez, -Paca- quien fuera la nana de Abel, parece que el tiempo no ha pasado, que el niño está allí junto a ella meciéndose en su columpio, es casi como una retrospectiva.
“Siempre me pedía que le hiciera cuentos y yo le decía: ‘se me acabó el repertorio, tu crees que yo soy cuentista’. Una vez me pide que lo acostara, yo estaba atareada y le digo, ‘busca el piyamita que está en el clavito detrás de la puerta, y me contesta
- ‘no es que le tengo miedo a los “pantasmas”. Mire usted, él con miedo a la oscuridad y después el segundo del Moncada”
De pronto Paca vuelve de sus recuerdos y es visible cómo se le mezclan los sentimientos. A esta mujer de más de noventa años se le ha cuajado el rostro, casi no entiende la muerte de Abel y han pasado 57 años. Llora, sentada en el columpio donde lo acunó.
“La última vez que lo vi fue en La Habana en el apartamento de 25 y O, pocos días antes de los acontecimiento de Santiago de Cuba. Yeyé* lo había mandado a comprar unas cazuelas - ya eran muchos a comer en aquella casita- aclara. Él trajo una sola y ella le repostó porque debían ser más, pero no paso de la querella porque ella lo adoraba, lo seguía a todas partes. Cuando me fui a ir me abrazaba fuerte, me apretaba contra su pecho, me besaba y a mitad de camino viró y me volvió a abrazar… Esa creo que fue una
despedida. Paca solloza y sigue narrando y no exactamente uno de los cuentos infantiles que le inventaba al niño junto al columpio de la casona de Encrucijada.
“No podía creer que fuera cierta su muerte… Cuando me enteré salí corriendo para casa de Joaquina**, ella estaba atontada, eran dos hijos en la misma situación. Nos abrazamos, no teníamos consuelo y cuando me dijo, “le sacaron los ojos, esos por donde se le escapaba el alma”, lloramos durante horas”.
Aquel amor inconcluso
Eulalia Vega tiene un recuerdo dulce, de esos que perduran siempre por auténticos y eternos. La muerte injusta de Abel Santamaría truncó entre ellos un amor juvenil. Ella aun recuerda aquella época en que “El Polaco”** la enamoró…
“No fui su novia -reconoce- porque la muerte y las circunstancias no lo permitieron, pero fui una amiga muy cercana. Cada vez que Abel venía a Encrucijada me visitaba, conversábamos mucho, me preguntaba por la “situación “, yo le comentaba con mi visión estrecha del momento”.
“Bailábamos. Fuimos a pasear al campo, montamos caballo, íbamos de romería, de fiestas campesinas, el era un hombre amable, muy educado. Nos teníamos aprecio y cariño mutuo, diría que entrañable. Siempre he sentido orgullo de haber sido su amiga”, dice y en sus ojos está el brillo de los sentimientos más puros, esos que pudieron haber germinado de seguir con vida Abel.
“Si me hubiera comentado en lo que andaba creo que lo hubiera acompañado, que hubiera estado junto a él”, confiesa y lo hace con sinceridad mientras manosea fotos de aquellos momentos y parece rejuvenecer, no puede esconder en su mirada la suspicacia de la juventud.
Eulalia sigue hablando y su voz se hace suave, lenta. “Todavía lo recuerdo y sueño con aquel pedazo de mi vida que fue hermoso y que tuvo como privilegio estar cerca de un hombre intachable”, afirma y esta vez aparece una lágrima en sus ojos.
Martí en Abel
Abel conoció a Martí de la mano del maestro Eusebio Lima Recio, un pedagogo de altos quilates que trabajaba en el central Constancia donde el Héroe del Moncada pasó parte de su niñez y juventud.
Según cuenta Lucila Lima, hija de Eusebio, el padre lo recordaba muy aplicado, inteligente, respetuoso, con una ética profunda.
“Una vez llegó un nuevo alumno al aula, pero como los pupitres eran individuales no había asiento para este. Abel durante días
compartió su lugar con el recién llegado. Luego hizo que su padre le hiciera al compañerito un asiento.
“Era también el último en salir del aula -fundamentalmente los fines de semana- para que papá le indicara y le orientara qué libro o qué lección de Martí leer. Así se ganó el concurso “El beso de la Patria”, escribiendo del Apóstol”, afirma Lucila.
“Mi padre y él se convirtieron con el tiempo en grandes amigos, la última vez que estuvo en el pueblo vino a la casa, buscaba al viejo, conversaron mucho, sobre todo de Batista. Mi padre que lo conocía bien comentó que le había sorprendido la madurez de Abel, que su pensamiento era otro, radical, pero hombre sabio guardó silencio.
Eran días antes del asalto al Moncada, ya Martí era su paradigma y como dijo Fidel ellos traían “en el corazón las doctrinas del Maestro”.
Pie de Fotos
Paca, desde el columpio, recuerda la infancia de Abel
Eulalia conserva recuerdos de aquella época juvenil.
Lucila evoca al padre y al alumno ejemplar
* Haydée Santamaría, hermana de Abel, Heroína del Moncada
**Joaquina Cuadrado madre de los hermanos Santamaría
***Forma en que nombraban a Abel en Encrucijada por ser rubio y de ojos azules
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