Roberto Mederos: En Varadero o con la muerte en Santiago
Su prima Petra Rodríguez lo recuerda de una manera intima y personal
Por Lourdes Rey Veitia
Foto Roberto Carlos Medina
En Sagua la Grande, ciudad del note de Villa Clara, muchos de sus centros de trabajo y escuelas llevan el nombre de Roberto Mederos -asaltantes al cuarte Moncada en Santiago de Cuba- y es por orgullo, diría que para hacerlo presencia en ese afán de renacer las virtudes.
A Roberto lo recuerda su prima Petra Rodríguez de una manera intima y personal, lo hace con reservas casi hay que convencerla porque considera que es la persona más indicada, pero a pesar de ello en su conversación el recuerdo fluye y deja ver quien fue uno de esos elegidos que hace 57 años estuvieron entre la pólvora y la metralla.
Al hablar, Petra tiene humedecidos los ojos, su voz es suave -ello incluye la modestia del testimonio- y aclara “no se mucho… sólo puedo contar que nuestra abuela nos reunía a todos en noche buena. Roberto era el entusiasmo de la fiesta y de aquellas comidas donde todos -absolutamente todos-teníamos que participar, él y los suyos venían de La Habana donde ya vivían”.
“Adoraba a la madre. Ella, no miento si digo que a pesar de tener otros hijos lo veneraba, eso si, había razones: su carácter llano, animado, con el don de dejarse querer”, dice y a pesar de que el recuerdo le invade busca otras ideas en la memoria.
“Su muerte sorprendió. La familia más cercana lo hacia por esos días en Varadero en un velero. Que cosas más dispar, de la playa más linda del mundo a la realidad más cruel: la muerte en un combate desigual en Santiago de Cuba”, afirma esta mujer y sigue hurgando en sus pensamientos
“Luego su propia madre razonaba que aquello de regresar tarde en la noche con la ropa enfangada era porque estaba en las prácticas de tiro”.
“Nunca me lo hubiera imaginado con un fusil en la mano pero ya ve usted cuando tuvo que decidir lo hizo hasta el punto de entregar la vida. Hasta después de muerto Roberto nos sorprendió cuando supimos de su hidalguía, la entereza y el valor de aquella acción donde dejo la vida,” afirma y se enjuaga los ojos donde han comenzado a asomar de nuevo las lágrimas.
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