Una tarde junto al Che
Una tarde junto al Che
Por Lourdes Rey Veitia
Cuando llegó a Plaza Comandante Ernesto Guevara de Santa Clara lo primero que le vi hacer a Rafael Correa, Presidente de la República del Ecuador, fue mirar la estatua del Che. Fueron segundos, pero parecieron largos minutos.
Luego, como tratando de atrapar el entorno, como quien quiere observarlo todo de un tirón miró hacia el frente. Allí, a lo lejos, el Escambray con su paisaje fuerte, potente, robusto se le caló en sus ojos que se hicieron más verdes.
Un instante después se volteó de nuevo hacia la tribuna, su mirada se encontró esta vez con la carta de despedida del Che a Fidel tallada en bronce en una de las jardineras. Leyó el texto, la rapidez con que lo hizo demostraba que se lo sabía casi de memoria, como quien se aprende un poema en la niñez y entonces el contenido le es familiar para siempre, porque se le ha vuelto convicción.
A su lado estaba Raúl. Lo observaba como quien mira a un hijo que va certero en busca de verdades. Correa se volteó hacia él, en su rostro era perceptible el respeto por el líder cubano. De nuevo volvió a observar la estatua, el Che que mira hacia el Sur, desde su pedestal parecía decirle que coincidía con él, que la Revolución cubana es esperanza y destino del continente.
No hablaba, más bien había enmudecido, aunque una sonrisa leve se apoderó de su expresión, como quien está en un estado mágico.
Luego el toque de silencio hizo lento, pero firme el paso para colocar la ofrenda floral al hermano latinoamericano. Con ese mismo paso llegó entonces hasta donde estaban sus compatriotas, esos que se forman en Cuba como colegas de Guevara porque quieren ser médicos y revolucionarios. Habló con ellos del futuro y de la necesidad de desarrollar un sistema de salud que logre crecimiento y bienestar a los ecuatorianos. Carlos y Manuel en nombre de todos dijeron que podía contar incondicionalmente con su apoyo.
Raúl entonces les habló a los jóvenes del Che médico que conoció, del guerrillero que ponía el pellejo a las balas para defender las verdades y les presentó a otros guerrilleros. Allí estaban el Comandante de la Revolución Ramiro Valdés Menéndez y los generales de División Rogelio Acevedo y Ramón Pardo Guerra, se contaba entonces la última etapa de nuestra gesta liberadora por sus propios protagonistas.
Minutos después Correa llegaba hasta el Memorial, estaba sereno frente al nicho del Che, pero no podía negar la emoción. En el recinto sus acompañantes también rendían tributo al Guerrillero Heroico. Luego recorrió el museo, al salir de este le vi pasarse la mano por el rostro, pidió entonces permiso, quería estar a solas con Guevara. Volvió hasta el nicho.
¿Qué sintió? Lo dijo después con la voz entrecortada. “Algo inigualable, extraordinario, podrán cortar las flores, pero no la llegada de la primavera. Con el Che y su lucha América es otra”.
Vi entonces nublársele la mirada y sentí que en su expresión estaba la América toda.
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